domingo, 22 de marzo de 2009

Camarero, camarero...¡una de calamares!


Si Nueva York tiene a Woody Allen y Roma tuvo a Federico Fellini, no hay duda de que para Almodóvar, Madrid es el paisaje perfecto con la fauna adecuada para cada una de sus películas. Una vez más Almodóvar elige la Gran Ciudad como escenario privilegiado de su nueva película Los abrazos rotos. Pero hoy no estoy aquí para hablar de Almodóvar ni de su nueva película. Hoy voy a hablar de Madrid, una ciudad grandiosa, con una oferta cultural inmensa e interesante, que recibe a cualquiera que vaya a visitarla, con los brazos abiertos. Una ciudad acogedora, agradable y multi-étnica, con una gran promoción cultural por parte del gobierno, que consigue hacer de Madrid una ciudad encantadora para todo aquel que la haya visitado. Madrid, la ciudad de La Movida, del Oso y el Madroño, de la Cibeles, y como no, del típico bocata de calamares.

El año pasado tuve la oportunidad de descubrirlos. Hacía mucho tiempo que no hacia ningún viaje con mi familia, o al menos que yo recordara. Todo empezó con la llamada, casi habitual de mi madre al Valencia 299.Por lo visto mi hermana se había ofrecido a invitarnos a la Gran Capital, después de unos cuantos años sin movernos de casa, por lo que cogimos el avión des de Mallorca, con destino: Madrid.

Sin la falda almidona’, ni los nardos apoyados en la cadera, aterrizamos en el aeropuerto de Barajas para disfrutar de 5 días en familia. No tuvimos demasiados momentos para dedicarle a la oferta televisiva, pues tanto por ocio como por negocio, Madrid pone a disposición del visitante mucha actividad. Primero nos acomodamos en un hostal cerca de la Puerta del sol, luego aposentados en un bar de la plaza de Santa Ana, nos debatíamos qué hacer pero no llegábamos a ningún consenso. Mi madre proponía una visita al centro histórico, dar una vuelta por el Paseo del Arte (y entrar en el Thyssen o el Prado, como museos obligados a ver) y visitar el Palacio de Liria por si la Gran Duquesa nos invitaba a merendar. Mi hermano por otra parte, nos proponía una noche temática en el Broadway más castizo: podíamos elegir entre Hoy no me puedo levantar, La Bella y la Bestia, Jesucristo superstar, entre otros musicales de la mítica Gran Vía. La oferta de mi hermana era más comercial. Ella quería ir a Chueca. Chueca no es solo conocido por su ambiente de mentalidad abierta, sino porque, desde hace poco, todas las marcas exclusivas de ropa se han trasladado allí, por lo que si alguien quiere estar a la última, tiene que ir a Chueca. Y mi padre como buen romántico, quería ir al Retiro, pasear en góndola y perderse por el Bosque de los ausentes, donde podemos encontrar un árbol plantado por cada víctima de los atentados del 11 de marzo. Pero para “romántica”, mi mamá que quería pasear por el Palacio Real para rememorar la boda de los Príncipes. 

En cuanto a mí, la actividad era lo de menos. Mi interés respecto a Madrid sólo era gastronómico. Sí, quería irme de “tapas y cañas”, y probar ese jamoncito ibérico, el queso y el típico bocata de calamares, del que tanto me habían hablado y nunca había tenido el placer de probar. Simple y llanamente, ¡yo quería ponerme las botas! Por supuesto, culturalmente hablando. Pero pasear por las acogedoras calles del barrio de las letras, o descubrir las maravillas del Palacio Real y sus alrededores, visitar los museos del Prado o de Cera, tapear en los mejores sitios de la ciudad…esto es sólo una minúscula muestra de todo lo que te puede ofrecer Madrid. La mía fue una experiencia familiar que no cambiaría. Es cierto, no fue un viaje trascendental en mi vida, ni tampoco que me ayudara a conocerme más a mi misma; pero hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de estar con mi familia.

En definitiva, Madrid puede tener muchas cosas, que si la Moncloa, el Prado, el bocata de calamares la liga o la copa, pero señores, recuerden siempre que “vaya, vaya” allí, no hay playa. Y en Mallorca, sí.

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